miércoles, 19 de agosto de 2015

A la finca: Un viaje más que esperado

¿Qué hace padrino? – Le pregunté a uno de mis paisanos mientras lo 
observaba mirando el horizonte.
Estoy recordando, mijo – Me contestó sin apenas voltear a mirarme. La edad 
había hecho estragos en su cuerpo pero todavía se le veían fuerzas para 
trabajar.
¿Qué recuerda? Quisiera que me contara algo más para escribir– Le pedí y 
me senté junto a él sobre unos maderos unidos ingeniosamente con restos de 
algún tipo de metal, que usaba como silla mecedora. Este hombre hacía 
tiempo que vivía solo después de que su esposa hubiera remontado Kîytyoosy 
para hacer su morada en el mundo del silencio. Muy querido por sus 
paisanos, muchos de los cuáles eran sus ahijados como yo. No podía dejar de 
visitarlo en mi más reciente viaje a Quioquitani. El sol despedía el día 
proyectando sus últimos rayos anaranjados sobre unas nubes cuyos reflejos 
iluminaron los tejados de nuestro pueblo. Mi padrino empezó a hablar 
calmadamente y con pausas largas, pero seguro de lo que decía, sin divagar, 
continuó.
Uuuuu… muchas cosas ahijado… pero hoy quiero contarte algo … que seguramente no alcanzastes a vivir… todavía tás muy chamaco – Y volvió de 
nuevo la vista hacia el cerro de san Andrés como si esperara ver volver a 
mi madrina. Luego dijo:
“¿Sabes que antes de que la gente de nuestro pueblo viajara al Norte, a Estados Unidos, antes de que se jueran algunos a Culiacán a cosechar tomate y otros chambearan de albañiles en el Defe y otras partes de México; nosotros íbamos a la Finca?”
“Recuerdo que todos los años era lo mismo, no habían carros, al menos no para nosotros los pobres. Y la verdad es que aunque hubiera, de nada serviría para el lugar a donde íbamos. Lo que necesitábamos eran burros, pero buenos burros, aguantadores”
“Todo empezaba después de la siembra de maíz, cuando ya habíamos ido a arrancar el monte a la milpita. Como en septiembre y octubre, viajábamos a San Pedro Mixtepec porque allí estaban unos señores que nos prestaban dinero; les llamábamos enganchadores, ya no me acuerdo por qué. Pero eran muy buenos, nos prestaban dinero sin pedirnos tantos requisitos, nomás le decíamos de donde íbamos y nos apuntaban en una lista. El dinero era principalmente para preparar la fiesta del Todosantos. ¿De eso sí te acuerdas verdá?”
“Bueno, pues el dinero era como un pago adelantado de un trabajo que prometíamos hacer: pizcar café en la Finca. Creo que cada finca mandaba a sus enganchadores a los pueblos y la lista en la que se anotaba uno era de la Finca en que uno iba a trabajar”
“Regresando del primer viaje a san Pedro, que era medio día caminando desde aquí, ya empezábamos a hacer los preparativos para el Todosantos, luego venía la fiesta del pueblo. Mucha gente se iba, pasando la fiesta del pueblo pero otros, como nosotros, nos esperábamos hasta después de la Nochebuena para irnos. Como sea, era lo mismo que teníamos que hacer. El viaje a la Finca (la verdad es que eran varias fincas, pero así le decíamos) duraba como tres días y tres noches por eso llevábamos ollas, sartenes, ese wán (una especia de totopo típico de Quioquitani), y frijoles para cocinar, también tomate, cebolla, chiles…. Cosas pués para cocinar en el camino. Casi todo lo comprábamos en San Pedro”
“Poníamos las cosas sobre nuestros burros y caminábamos de madrugada hacia San Pedro donde en la mañana o al mediodía comprábamos sardinas y le echábamos chiles en vinagre, jitomate y cebolla para comer, algunos compraban comida en las fondas. Allí era nuestra primera parada. Luego caminábamos el resto del día por el cerro que va desde San Pedro hasta un pueblo en San Francisco Ozolotepec pero no alcanzábamos a llegar así que una o dos noches dormíamos en el camino. No había tanto peligro como ahora en esas veredas. Nos asustábamos más con los espantos que a veces se aparecían a algunas personas. Nosotros nunca vimos nada pero muchos decían haber visto duendes y espantos”
“Una vez un señor de Quierí nos contó que habían pasado la noche sin saber sobre una tumba antigua y que estuvieron escuchando ruidos raros así que no pudieron dormir bien. Ese tipo de cosas eran las que nos asustaban a veces pero nada más”
“Caminando por esos cerros llegábamos a un lugar llamado Cerro Corona desde donde dicen que se puede ver la costa y luego bajábamos hacia un lugar que no me acuerdo cómo se llamaba pero no se me olvida lo que teníamos que hacer. Cuando llegábamos a este llano, sabíamos que estábamos cerca de uno de nuestro destino, un pueblito que llamábamos en zapoteco San Juán Guivîny. La gente de más experiencia nos decía: acuérdense, hay que mandar a los burros adelante, luego todos enrollen sus pantalones y las mujeres levante sus faldas, que nada de su ropa toque el polvo. Cuando estén listos, manténganse unidos y…. ¡corran! Corran lo más rápido que puedan para atravesar el llano…”
Continuará...